21 de mayo, 2013
La imagen erótica femenina
El hombre siente que el cemento cocina sus pies. Pequeñas gotas de
sudor resbalan desde su frente hasta el cuello de la camisa blanca. Está
cansado, harto de esa pesada tarde en la que el vaho del infierno
atrapa a conductores y caminantes. El hombre levanta la mirada y el
gesto de hartazgo desaparece; ahora sus ojos crepitan y se pierden en
esos senos enormes y redondos, apenas cubiertos por una delgada tela
blanca que cae a la entrepierna.
Ella también lo mira fijamente, lo incita, lo provoca y él cede: la
toma delicadamente entre sus manos y se la lleva bajo el brazo junto con
esa promesa de tenerla a sus anchas. Un periódico vespertino más se va
al mundo erótico, único, personal de un ser humano que vivirá sus
fantasías a su manera.
El erotismo siempre ha estado presente a través de la historia de la
sexualidad y la innegable imaginería de hombres y mujeres. Cada quien
teje sus propios universos recreativos alrededor de lo que atrae su
mirada. En secreto. La mujer de grandes senos llamaba a todos y todas,
estaba ahí, en el exhibidor de periódicos y revistas entre otras,
muchas, que también mostraban sus cuerpos en poses que destacaban
contornos.
El erotismo apela a la imaginación, sin ella no existe. Una vez que
detona también es sensualidad, preludio del ejercicio de la sexualidad. Y
el mundo de tinta, imágenes y papel alienta a esa construcción social
que exalta al instinto. ¿El mundo de lo erótico está más dirigido a los
hombres? ¿Las mujeres se reprimen? ¿Esa exhibición de cuerpos,
primordialmente femeninos, atenta contra las conciencias pudibundas,
contra la equidad de género, algunos medios de comunicación escritos o
electrónicos explotan descaradamente el morbo o es parte de esa libertad
de expresión que no debe desalentar el voyeurismo? ¿La sociedad
mexicana se espanta aún ante la desnudez? ¿Cuál ha sido el recorrido
histórico de ese destape? Esto da pie, sin más, a una charla entre
continentes. El tema da para un libro. Hoy es un sencillo acercamiento a
las imágenes femeninas que se miran y alientan imaginaciones de toda
índole.
Un poco de historia
Salvador Salas Zamudio, doctor en Historia del Arte por la Universidad
Autónoma de Morelos, nos narra que “la tarea de promoción e imposición
de la decencia, la urbanidad y las buenas costumbres se institucionalizó
en México desde la época de la colonia. Los misioneros españoles
registraron la fuerte represión y censura de que fueron víctimas los
naturales por la práctica de ceremonias religiosas en las que, según
ellos, mujeres indecentes participaban como prostitutas en actividades
corrompidas”.
Ya en el régimen porfirista la cerrazón continuaba y enseñar el cuerpo
era impropio de las buenas costumbres. Por eso, no es de extrañar que
hubiera cruzadas civilizatorias que, por ejemplo, pantalonizaron “a los
indígenas y mestizos que, hasta entonces, se habían ataviado con calzón
de manta” y además promovieron entre las élites eventos sociales,
apoyados por el Estado y la Iglesia, “dentro de los principios de la
fineza, la urbanidad y el comportamiento virtuoso” relata el
investigador del área de fotografía del Departamento de Artes Visuales
de la Universidad de Guanajuato.
A finales del siglo XIX la industria gráfica, en la capital mexicana,
acicateó la imaginación masculina con grabados, litografías, tarjetas
postales ilustradas y fotolitografías de índole erótica. Eso sí, la
doble moral estigmatizó como prostitutas o pecadoras a las que se a
desnudaron frente a una cámara o posaron ante los artistas. Ellas eran
el ejemplo de lo “que no debían hacer las mujeres que se consideraban
decentes”. Escribe Alba González Reyes, en su libro Concupiscencia de
los ojos. El desnudo femenino en México, 1897-1927.
Cabe decir, comenta Alba González, doctora en historia y estudios
regionales, que las artes gráficas han dado cuenta del erotismo a lo
largo de la historia, “pero me remito al siglo XIX porque en ese tiempo
nace la fotografía y a la par fotografías eróticas; en ese siglo tanto
el erotismo como la pornografía se instauran como parte de un tema de
estudio naciente del psicoanálisis: la sexualidad”.
Agrega que “en esa época los escrúpulos de moralidad se legitiman y se
oponen al estudio y tratado del cuerpo. En tanto espacio de placer, éste
más bien inspiraría miedo por su relación con las tentaciones y el
pecado. En la vida cotidiana el cuerpo de la mujer se ocultó con mucho
cuidado. El arte modernista —simbolismo, decadentismo— tuvo influencia y
toda una galería de representaciones femeninas estigmatizadas: la femme
fatale, la mujer vampiro, Salomé, la mujer tarántula, la mujer
escorpión y la mujer diabólica tuvieron estrecha correspondencia con el
desnudo. Quienes crearon, difundieron y consumieron estas imágenes
fueron varones”.
Durante la Revolución Mexicana, con la crisis social y la guerra civil
se propició el aumento de garitos y teatros con espectáculos nocturnos
para ‘hombres solos’. Así, la guerra produjo un efecto benéfico para las
prácticas eróticas, los bolsillos de los empresarios y el gobierno, por
medio de reglamentos jurídicos que favorecían multas y dispensas a los
espectáculos considerados licenciosos.
El doctor Salvador Salas continúa con el recorrido histórico a partir
de la segunda década del siglo XX. “En ese tiempo, el debate sobre la
distribución y producción de las fotografías de desnudo se extendió a
los contenidos de revistas, discos, periódicos, películas, canciones
populares, carteles y anuncios. Las artistas de la zarzuela se
retrataban desnudas, con mallas o trajes de baño sobre piedras y troncos
de utilería y fondos pintados a mano, imágenes que son un ejemplo de un
estilo de vida desenfadado que propició dolores de cabeza a una
sociedad conservadora y puritana, que encontraba en la censura un escudo
contra todos los comportamientos públicos y privados considerados
inconvenientes para la moral social e incluso individual.
“Las expresiones culturales fueron violentadas en el artículo 2º de la
Ley de Imprenta, publicada en el Diario Oficial de la Federación, el 12
de abril de 1917, que en su artículo segundo consideraba un ataque a la
moral:
II.- Toda manifestación verificada con (...) representaciones o por
cualquier otro medio (...) con la cual se ultraje u ofenda públicamente
al pudor, a la decencia o a las buenas costumbres o se excite a la
prostitución o a la práctica de actos licenciosos o impúdicos,
teniéndose como tales todos aquellos que, en el concepto público, estén
calificados de contrarios al pudor;
III.- Toda distribución, venta o exposición al público, de cualquiera
manera que se haga, de escritos, folletos, impresos, canciones,
grabados, libros, imágenes, anuncios, tarjetas u otros papeles o
figuras, pinturas, dibujos o litografiados de carácter obsceno o que
representen actos lúbricos.
“En los años treinta las tarjetas postales fueron desplazadas por las
publicaciones ilustradas. Durante esa década las mujeres de piel blanca
encarnaban el erotismo de la feminidad según el modelo racial y sexual
autoritario. Algunas revistas y periódicos se referían a las imágenes de
desnudo como fotografías atrevidas y pinturas seudo- artísticas que
lastimaban el pudor de las señoras, la inocencia de los niños y
atentaban contra la moral pública.
“Los censores continuaron su labor durante el periodo presidencial de
Lázaro Cárdenas del Río quien, el 26 de enero de 1940, decretó modificar
el artículo 200 del Código Penal para tipificar como delito la
fabricación, reproducción o publicación de libros, escritos, imágenes u
objetos obscenos así como su exposición, distribución y circulación. Se
consideró también como responsable del mismo delito a quien publicara o
por cualquier medio ejecutara o hiciera ejecutar a otro exhibiciones
obscenas, y al que de modo escandaloso invitara a otro al comercio
carnal”.
Y cómo no mencionar el prurito que ocasionaba en esa sociedad un cuerpo
perfecto al que cubrieron con taparrabos. La Liga de la Decencia,
recuerda el doctor Salas, fue la que “realizó una serie de actos de
protesta para colocar ropa interior a la estatua de la Flechadora de las
Estrellas del Norte –La Diana Cazadora–, inaugurada en 1942.”
¿Cuál era el contexto de tiempo en el cual los falsos pudores atentaban
contra una obra de arte? El doctor Salas dice que “Durante las décadas
de los 40 y 50, el sexismo imperante promovía la virginidad y sumisión
femenina; las mujeres infieles podían ser asesinadas por el marido
ofendido, quien debía limpiar su nombre como el rifle sanitario lo hacía
con la fiebre aftosa. Frases como “mía o de nadie”, “sino es por amor
es por la fuerza”, o “la maté porque no me obedecía”, se cumplían al pie
de la letra. En los diarios había encabezados como: “muerte de adultera
o recibió merecido castigo la adúltera”. etcetera.com.mx